domingo, 13 de mayo de 2012

168 años al servicio de España

La opinión de ayer a hoy

Por Redacción.

Última actualización 13/05/2012@15:08:04 GMT+1
En este artículo, el Teniente Coronel de la Guardia Civil Eduardo Martínez Viqueira, actualmente al mando de la Comandancia de Oviedo y una de las mejores plumas del cuerpo nos narra su visión sobre lo que han sido estos 168 años de vida del Instituto Armado, y que el ha narrado de forma muy descriptiva en sus libros “Atlas de la Guardia Civil” y de la novela sobre la Guardia Civil en Cuba “La Conjura de Siboney”.


El 13 de mayo se cumplirán 168 años de aquel momento histórico en que la Reina Isabel, aún con trazos casi infantiles, estampaba su firma en el Real Decreto que fijaba las bases generales por las que habría de regirse la Guardia Civil, recién concebida.

Tímidamente, un primer Real Decreto publicado el 26 de enero de 1844 por el Gobierno de González Bravo se hacía eco, al fin, de una demanda creciente para la “organización de un servicio de protección y seguridad pública a cargo del Ministerio de la Gobernación de la Península”; en definitiva, la creación de “una fuerza especial destinada a proteger eficazmente las personas y las propiedades”.

Dos meses más tarde, se intentaba dar forma a aquella idea inicial con un segundo Real Decreto, firmado el 28 de marzo, y que hablaba ya de un cuerpo especial de Infantería y Caballería, con dependencia del Ministerio de la Gobernación y cuya dirección para el servicio correría a cargo de los responsables políticos. Poco después, se daba nombre a aquella nueva institución, de la mano de la propia Reina niña: el Cuerpo de Guardias Civiles.

Pero era preciso ahora organizar ese nuevo cuerpo, con voluntad de permanencia en el tiempo, de plenitud de competencias en materia de seguridad, y de despliegue y ámbito de actuación en todo el Estado. Y eso sólo lo podía hacer un militar de prestigio y con la experiencia necesaria, pues había que partir casi de cero y la recluta debía proceder del Ejército. Por tanto, se dejó en suspenso la entrada en vigor del Real Decreto de 28 de marzo hasta que tomara forma la organización de esa nueva fuerza pública, su plantilla, despliegue, uniformes y retribuciones. Para ello contaba Ramón María Narváez, Presidente del Gobierno y Ministro de la Guerra en aquel momento, con una persona idónea y de su entera confianza: el mariscal de campo Francisco Javier de Girón y Ezpeleta, que unía a su cargo de Inspector General Militar, la condición de entusiasta colaborador de su propio padre en la concepción de la Legión de Salvaguardias Nacionales, ambicioso proyecto gestado durante el Trienio Liberal, finalmente desbaratado por las Cortes Generales.

El mariscal Girón, segundo duque de Ahumada, culminó su minucioso informe apenas tres semanas más tarde. En sus conclusiones establecía unos criterios claros que, a su juicio, era preciso sostener para que el nuevo instituto fuera realmente eficaz, además de asegurar su inmunidad ante las veleidades políticas de cada momento, lo que era equivalente a garantizar su pervivencia en la Historia. Aquellas exigencias, junto a otras importantes observaciones en materia organizativa y retributiva, fueron de tal contundencia que desembocaron inevitablemente en la redacción de un nuevo Real Decreto que, esta vez sí, entró en vigor el 13 de mayo de 1844.

Es preciso, por tanto, resaltar la trascendencia del encuadramiento y relaciones que establecía aquel Real Decreto para la Guardia Civil, como auténtica norma fundacional, y que se materializó en una doble dependencia del Ministerio de la Guerra y del Ministerio de la Gobernación; en este último caso, “en lo relativo a su servicio peculiar y movimiento”. Porque lo cierto es que, con diversas modificaciones a lo largo de una historia que no ha estado exenta de tiranteces entre el poder político y la institución militar, la Guardia Civil se ha mostrado siempre como una herramienta necesaria e insustituible para la seguridad de los españoles. Y en ese sentimiento extendido y aceptado con carácter general, ha tenido una influencia decisiva esa doble dependencia institucional o, si se prefiere, el constituir un cuerpo policial volcado en la seguridad de los ciudadanos, aunque con naturaleza y estatuto militar.

Se equivocan quienes piensen que la defensa de nuestra Institución y de la fidelidad a su carisma fundacional ha provenido siempre de los sectores militares –y aun de los políticos- más inmovilistas. Ni lo eran militares progresistas como Prim o Serrano, defensores del modelo fundacional; ni tampoco políticos republicanos como el federalista Francisco Pi y Margall, para quien la Guardia Civil era “el firme escudo de las leyes patrias”, o Santiago Casares Quiroga, que consideraba al Cuerpo como “una de las cosas más grandes que se han hecho en España”. Cuando la Guardia Civil estuvo en horas bajas o peligró su continuidad, siempre contó con los valedores necesarios en políticos de diferentes opciones ideológicas y, por supuesto, en el estamento militar. Ahí estuvo la clave. De hecho, en casi todos los cambios de régimen se planteaba, de una forma u otra, la disolución de la Guardia Civil. En no pocos momentos históricos resultó la Institución especialmente molesta para unos o para otros. Y en cambio, la Guardia Civil siempre estuvo ahí, fiel a sí misma, cumpliendo con lo que honradamente creyó era su deber. Y de este modo, si una crisis o cambio de rumbo político la debilitaba como Institución frente a la opinión pública, otro giro posterior ejercía el efecto contrario y devolvía la Guardia Civil a su pueblo. Del que procede y al que se debe.

Al mismo tiempo, quienes critican hoy el llamado modelo policial latino o napoleónico, por desfasado respecto a la realidad política y territorial española, y siempre con el punto de mira sobre la Guardia Civil, se esfuerzan en argumentar una supuesta falta de coordinación y eficacia que la realidad, mucho más tozuda, se empeña en desmentir categóricamente a diario. La Guardia Civil es ahora más necesaria que nunca, porque también lo es una profesionalización cada vez mayor contra las amenazas emergentes en materia de seguridad pública. No es época de saltos en el vacío, sino de búsqueda de la excelencia en el trabajo policial y en alcanzar las mayores cotas de seguridad en nuestra Nación. La Guardia Civil sigue ofreciendo calidad de servicio y así es apreciado por una sociedad cada vez más exigente. Estar a la altura de lo que nos demanda, es nuestro reto.

En fin, se trata de una historia de abnegación, sacrificio, espíritu de servicio y amor a España que dura ya casi ciento setenta años. Recogiendo con orgullo, como un valioso tesoro, el legado de los que nos precedieron, con la mirada al frente y el paso firme, se abre ante nosotros un prometedor futuro que se prolongará mucho más allá en la Historia.

Eduardo Martínez Viqueira
Teniente Coronel de la Guardia Civil