Ha llegado la hora del reconocimiento a su sacrificio

Última actualización 01/10/2012@05:02:39 GMT+1
Con 91 años de retraso, el Gobierno ha concedido la máxima condecoración militar española, la Cruz Laureada de San Fernando, al Regimiento de Caballería de Alcántara, que se sacrificó casi en su totalidad para proteger la retirada de sus compañeros desde sus posiciones en el monte Annual hasta el monte Arruit, entre el 22 de julio y el 9 de agosto de 1921. Esta condecoración se obtiene por acciones extraordinarias en combate.
Si alguien dijo alguna vez que los viejos soldados nunca mueren, los héroes que hoy nos ocupan quedan para la eternidad. Hazañas como la realizada por el Regimiento Alcántara hubieran servido de ar­gumento para grandes éxitos cine­matográficos en Hollywood. Pero en España han tenido que pasar 91 lar­gos años de silencio incomprensible para reconocer la valentía de aque­llos 690 jinetes que cargaron, una y otra vez, contra los rifeños subleva­dos por Abd el Krim, que perseguían a muerte a los diezmados soldados españoles que huían a la desesperada intentando buscar refugio en Melilla.
En el verano de 1921, las cosas no podían ir peor a nuestros soldados. Se estaba consumando el ya conoci­do como desastre de Annual, donde ocho mil combatientes españoles fueron exterminados en una de las campañas más terribles que guarda en la memoria el Ejército español. El 23 de julio, las columnas maltrechas en retirada alcanzaron a duras penas Drius, donde se encontraba la Caba­llería Alcántara. Poco a poco, miles de rifeños conseguían atrincherarse en posiciones muy ventajosas, desde las que masacraban a los soldados heridos y sedientos. El teniente co­ronel Fernando Primo de Rivera, al mando del Regimiento Alcántara, es consciente de que va a pedir a sus 690 hombres que hagan honor al apelati­vo de Arma de Sacrificio, con el que se ha conocido históricamente al Arma de Caballería. La suerte de aquellos valientes estaba echada.
En una primera carga a galope, los jinetes del Alcántara demostraron al enemigo cómo se las gasta en la lucha un soldado español, pero en el cruce del río Igan, seco en esos mo­mentos, la superioridad de los rifeños se hacía palpable, y la retaguardia española podría ser aniquilada. Es entonces cuando el teniente coronel vuelve a arengar a su tropa con unas palabras que la Historia nos ha rega­lado: «¡Soldados! Ha llegado la hora del sacrificio. Que cada cual cumpla con su deber. Si no lo hacéis, vuestras madres, vuestras novias, todas las mujeres españolas dirán que somos unos cobardes. Vamos a demostrar que no lo somos». Y todos demostra­ron de lo que eran capaces. Su vida, a cambio de la de otros soldados espa­ñoles a los que ni siquiera conocían. 
La valentía de la caballería
Hasta en ocho ocasiones segui­das, el Regimiento Alcántara car­gó contra el muro de plomo que le ofrecía el enemigo. Sables, hombres y caballos caían acribillados, pero, ante el estupor de los rifeños, las cornetas sonaban una y otra vez para pedir el reagrupamiento de los que todavía podían luchar, y la carga se repetía con la misma fuerza y he­roicidad consiguiendo muchas bajas en las posiciones enemigas. Los ri­feños comenzaban a impacientarse porque nunca se habían enfrentado a unos soldados que atacaran con tanta valentía a pesar de estar heri­dos, exhaustos, sedientos y con unas cabalgaduras ensangrentadas, inca­paces casi de galopar. Al atardecer, los tiradores rebeldes, seguros ya de su victoria, tuvieron que frotarse los ojos al ver aparecer frente a ellos a pie, porque casi todos los caballos habían muerto, una última carga de los valientes que quedaban y que apenas se sostenía en pie. Nunca habían presenciado tal lección de valor. Nunca habían tenido frente a sí a unos soldados como aquéllos. Nunca habían visto cargar de esa forma a una tropa, a la que también se unió el trompeta de 15 años que llevaba el cornetín de órdenes, junto a los trece niños que formaban parte de la banda de música del Regimien­to. Nadie se lo pidió, pero ellos se su­maron a la lucha cuando ya no había hombres que pudieran hacerlo. Pre­viamente lo habían hecho los tres alféreces veterinarios, el médico y el capellán
Tras aquella última carga, no vol­vió a sonar la corneta, pero con aquel sacrificio consiguieron que el grueso de las tropas españolas en retirada se pusiera a salvo. Anochecía ya, cuan­do los supervivientes llegaron a El Batel. De los 691 hombres del regi­miento sólo quedaban 67, el mayor porcentaje de bajas que jamás ha tenido una unidad de caballería eu­ropea. Aun así, continuaron escol­tando a los fugitivos hasta el monte Arruit. Allí, al teniente coronel Primo de Rivera le amputaron sin anestesia un brazo alcanzado por un cañón, pero moriría de gangrena dos días más tarde. Por esta gesta, a él si se le concedió la Laureada a título indivi­dual. Ahora, la gloria llega por fin a sus soldados.