La
Guardia Civil es una de las instituciones mejor valoradas por los
ciudadanos en todas las encuestas. Su espíritu de sacrificio, su
profesionalidad, su abnegación y su seriedad siempre es tenido en cuenta
a la hora de esa valoración, y el agradecimiento de la mayoría de la ciudadanía puede sentirse en cada acto en el que participa la Benemérita.
Pero una vez más, los políticos continúan haciendo ostentación de su
alejamiento del sentir de la calle, y todo ese reconocimiento ciudadano
deviene en ingratitud política y en indigna e inmerecida correspondencia
hacia el esfuerzo y sacrificio de quienes velan para que usted y yo,
podamos dormir con la tranquilidad que da el saber, que hay alguien ahí
fuera que nos protege. Porque, no debemos olvidar, que la libertad
que disfrutamos usted y yo, se la debemos en gran medida a esos vigías
de la Benemérita que nos la proporcionan, arriesgando si fuera
necesario para ello lo más preciado del ser humano, que es la vida. Sólo
por eso, deberíamos ser gratos y agradecidos, y deberían ser tratados
como realmente se merecen. Pero no es así, y no ha sido así nunca en la
historia del Instituto Armado, desde que lo creara el Duque de Ahumada y Marqués de las Amarillas.
La primera promesa electoral que Mariano Rajoy
comunicó que incumpliría, no fue la subida de impuestos no, sino la
justa igualación de los sueldos de guardias civiles y policías
nacionales que tanto les prometió en campaña electoral. Ahora, en lugar
de eso, el ministro del Interior reclama a la tropa, formadas en prietas
y valerosas filas en el patio del Colegio de Guardias Jóvenes de Valdemoro, que recuerden que son capaces de hacer mucho con muy poco.
Quizás
no sepa el ministro y el presidente del Gobierno, que la palabra, es
como la virginidad: sólo se pierde una vez y Rajoy ha dejado de ser
doncella para los 83.000 hombres y mujeres de la Guardia Civil. De
nuevo, como con todos los gobiernos de todos los colores anteriores,
suena el estribillo ya intrínseco a la historia del cuerpo por los
patios de los puestos y las comandancias, del prometer para meter…
Quizás,
si el ministro se aplicara ese mismo dicho que tan bien le quedó en el
discurso ante la disciplinada formación verde oliva, y dejara de estar
rodeado de tanto asesor, portamaletines, correveidiles, boato y gasto
inútil, podría destinarse el dinero de nuestros impuestos para lo que
realmente los pagamos, y que no es para llenar las barrigas agradecidas
de cuantos le hacen la ola o la gaviota –y a otros el puño con la
alcachofa- y usan los partidos como oficinas de colocación para efugio
de sus nimias trayectorias profesionales. Y como en el Un, Dos, Tres de Ibáñez Serrador,
hasta ahí voy a leer, para no meterme en el lacerante asunto de los
currículum, no hacer sangre y calentarme en exceso, porque como dice el
amigo Pérez Reverte esto sólo nos lleva a una úlcera y a un cabreo de mil demonios. Así, que de eso hablaremos otro día.
Quizás, si hubiera un poquito de dignidad en esta nación, otrora llamada España, alguien acabaría con el insulto a la inteligencia que supone que un guardia civil de la brigada antiterrorista en Itxaurrondo, gane mil euros menos al mes que un policía local de San Sebastián que dirige el tráfico
y mira hacia otro lado cuando llegan los chicos de la gasolina al
Bulevar. Esos mismos guardias civiles que cuando cruzan la frontera
francesa tienen que adelantar dinero de sus bolsillos para llevar a cabo, operativos contra ETA,
hasta no hace tanto sin poder llevar ni el arma reglamentaria.
Compañeros de los de la agrupación de tráfico que hacen más horas que un
reloj, horas que cuando les son pagadas –no siempre- lo son a precio de chacha filipina de los años 90.
Compañeros de miles de guardias en puestos del rurales que tienen que
ir a pedir “prestados” folios, tinta o bolígrafos al ayuntamiento para
poder hacer un atestado, o “negociar” con los talleres cercanos para que
les pongan en los coches las ruedas usadas que algún vecino ha cambiado y todavía pueden andar unos cuantos kilómetros; eso sí, siempre y cuando haya gasolina
y no tengan que hacer patrullas a pie. Compañeros de guardias que en
muchos casos trabajan en puestos que se caen a pedazos, y donde conviven
con sus familias sin calefacción y con un único baño compartido en el patio, como si el tiempo se hubiera parado allí dentro y se viviera en los tiempos del General Primo de Rivera.
Los mismos guardias, que mientras ven como su día a día es el no tener
más agujeros en el cinto para abrochárselo más todavía, observan cómo se tira el dinero en cambiar gorras teresianas por gorras de repartidores de pizzas o de jugadores de golf, con el único objetivo “político” de quitarle el carácter militar al uniforme.
Quizás,
algún día la Guardia Civil tenga los políticos que se merecen, y deje
de cumplirse implacablemente el dicho del Cantar del Mío Cid, “Dios, que buen vasallo, si hubiera buen señor”.
Quizás algún día la Guardia Civil, deje de estar a la cola de las
prioridades de los políticos. Mientras tanto seguiremos trabajando para
que no se les olvide y ayudarles en lo que se pueda para que así sea.
Fuente: Diario El Aguijón