El poeta y periodista extremeño y Socio
de Honor de Circulo Ahumada, asociación a la que se sintió muy unido, ha
fallecido en Madrid a los 66 años. Será enterrado en su pueblo natal,
Granja de Torrehermosa
Es imposible escribir la historia
reciente de ABC sin darle un lugar destacado a José Miguel Santiago
Castelo, ligado a esta casa desde el año 1970, y donde mantenía su
despacho después incluso de su jubilacion; un despacho que fue durante
años «lugar de peregrinación» para decenas de redactores y
colaboradores, que encontraban siempre en él refugio, consejo o,
simplemente, un oído atento y comprensivo. Castelo, como se le conocía
en la Redacción de ABC, lo llamaba su «confesionario laico». «Aquí
-decía en 2007- se han dirimido conflictos matrimoniales, celos
profesionales y muchas cosas que morirán conmigo». Era Castelo, como le
definió Manuel Pecellín, «un anarquista de derechas». Generoso,
desprendido, bonachón, de voz tonante que se podía oír en todos los
rincones de la Redacción y le hacía imposible pasar desapercibido,
cálido y ceremonioso. Tenía aspecto decimonónico: lucía una sempiterna
perilla y vestía siempre con traje y corbata. Tenía aspecto de bon
vivant, y a su modo lo era. Y destacaba en él la lealtad: a las
personas, desde Don Juan de Borbón a Guillermo Luca de Tena, dos de sus
referentes; a la tierra, a las ideas, y especialmente a la que
consideraba su casa, ABC, un periódico que parecía que se había fundado
para que Castelo trabajara en él. Hoy ha fallecido en Madrid a los 66
años de edad.
Su cadáver será velado en el tanatorio
de San Isidro antes de ser trasladado a Trujillo. Allí se rezará un
responso en la Academia Extremeña de la Lengua, que él presidía. El
entierro tendrá lugar en su localidad natal, Granja de Torrehermosa.
José Miguel Santiago Castelo, uno de los
hombres que mejor representó el espíritu y la tradición de ABC, había
nacido en la localidad pacense de Granja de Torrehermosa -donde la calle
donde nació lleva su nombre desde 1982- el 11 de septiembre de 1948,
Tenía dieciséis años cuando su familia tuvo que trasladarse a Madrid, y
aquí inició sus estudios de periodismo. Ya con 17 años publicó sus
primeras colaboraciones en el diario «Hoy» de Badajoz. En junio de 1970
entró en la Redacción de ABC, y el 26 de agosto se publicó su primer
artículo, que firmó con su nombre completo (más adelante dejaría en su
firma solo sus dos apellidos, Santiago Castelo). Se titulaba «Siete
espigas bajo el sol» y lo dedicaba, cómo no, a su pueblo, Granja de
Torrehermosa. «Solo tiene derecho a veranear el sol -escribía-. Un sol
redondo, grande, casi blanco de puro fuego, que se extiende abrasador y
voluptuoso sobre las ondas recién afeitadas de los barbechales
perdidos».
Le gustaba decir que, salvo engrasar las
linotipias, había hecho de todo en ABC. «Incluso llegué a entrevistar a
Miguel Muñoz en su día -recordaba- sin saber nada de fútbol». Empezó en
la sección de Sucesos y pasó por distintas secciones, desde el
desaparecido Huecograbado hasta Opinión y Colaboraciones, donde exhibía
sus virtudes como diplomáticos lidiando con los egos y las impaciencias
de los colaboradores; para todos tenía las palabra justa y
tranquilizadora. Entre 1983 y 1988 se desplazó los veranos a Palma de
Mallorca para cubrir la información de la isla, incluída la estancia de
la Familia Real, para la sección «España en Vacaciones»; sus sabrosas y
literarias crónicas crearon estilo. En 1988 fue nombrado subdirector del
periódico, y en 2010, año de su jubilación, pasó a presidir el comité
asesor editorial de ABC.
Su pasión por el periodismo solo era
comparable a la que sentía por la poesía. «Hacer poesía -escribió- es
una forma de oxigenarse, de insuflar aire fresco a la vida». En 1976
publicó su primer poemario, «Tierra en la carne», al que seguirían
«Memorial de Ausencias» (1978), que obtuvo en 1982 el premio Fastenrath
de la Real Academia Española; «Monólogo de Lisboa» (1980), «La sierra
desvelada» (1982), «Cruz de guía» (1984), «Como disponga el olvido»
(1985), «Al aire de su vuelo» (1986), «Antología extremeña» (1991),
«Habaneras» (1995), «Hojas cubanas» (1997), «Siurell» (1988), «Cuerpo
cierto» (2001), «La huella del aire» (2004), «Quilombo» (2008), , «La
hermana muerta» (2011) y «Esta luz sin contorno» (2013), entre otras
publicaciones.
La lista de reconocimientos, cargos y
distinciones que reúne la figura de Santiago Castelo es interminable.
Desde 1996 era director de la Real Academia de Extremadura de las Letras
y las Artes, y era así mismo miembro de las academias Cubana y
Norteamericana de la lengua. Al margen de los premios Luca de Tena 2007
por toda su trayectoria y el Fastentrath, recibió varios premios
nacionales de periodismo: Ex Fogueró /1984), Julio Camba (1993) y Martín
Descalzo (2000); y de poesía: Gredos (1982) y Alcaraván (1999). En 2011
recibió el Titulo de Socio de Honor de la Asociación Circulo Ahumada -
Amigos de la Guardia Civil-, por su defensa de la Guardia Civil y de sus
valores tradicionales.
Ejercía y presumía de extremeño, y su
tierra supo reconocérselo. Fue nombrado Extremeño del Año en 1982, el
mismo título que en 1999 le otorgó el diario «Hoy». Recibió en 2006 la
Medalla de Extremadura, el Hogar Extremeño de Barcelona dio su nombre en
1995 a su Aula Literaria y la Asociación de Periodistas y Escritores de
Turismo de Extremadura le hizo socio de honor en 2006. Su localidad
natal, Granja de Torrehermosa, además de darle la calle, le nombró hijo
predilecto en el año 2000. Pero no solo fue reconocido en su tierra. Era
hijo adoptivo de Fontiveros (Ávila) y miembro de su Academia de
Juglares, y también caballero de mérito de la Sagrada y Militar Orden
Constantiniana de San Jorge.
Recordar a Santiago Castelo es también
recordar su devoción por la figura de Don Juan de Borbón, el Conde de
Barcelona (una fotografía suya dedicada presidía su mesa de despacho) y
su convicción monárquica. Es recordarle pasear, vestido con una
guayabera, por las calles de La Habana, ciudad por la que sentía una
pasión especial, que le permitió también acercarse a otra de sus
aficiones: el ballet.
Cultivó la amistad de artistas como Julio Bocca y
Alicia Alonso, y disfrutó en varias ocasiones del Festival de Ballet de
La Habana. Allí era, también, una celebridad, y muchos días, desde muy
temprano, se acercaban a su hotel numerosas personas con cartas y
paquetes para sus familiares aquí en España; él los atendía con
paciencia y amabilidad, y no era raro que se fueran a su casa con algún
regalo en el bolsillo.
Hablar de Castelo supone, también,
referirse a un enamorado, además de profundo conocedor, de la copla y la
revista. Admiraba a Rafael de León, a Concha Piquer y a Celia Gámez,
con quien llegó a unirle una gran amistad. «Cuando yo llegué a Madrid en
1964 -narraba en una ocasión-, busqué en la cartelera "Las Leandras".
La censura le había cambiado el título: "Mami, llévame al colegio". Se
representaba en el Teatro Martín. La entrada costaba 80 pesetas y era
autorizada solo para mayores. Yo siempre fui corpulento y a pesar de que
tenía 16 años, me colé. Fue una tarde muy buena. Regalaban una cestita
de plástico y como fin de fiesta, Celia cantaba tangos. Me impresionó».
Precisamente hace unos meses, en noviembre del pasado año, se estrenó en
Buenos Aires -otra ciudad que adoraba- «La Celia», un pequeño musical
con texto de Santiago Castelo dedicado a la artista argentina, y
dirigido por Emilio Sagi.